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PREGÓN SEMANA SANTA 2010
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PRESENTACION PREGONERO SEMANA SANTA 2010
Juan María Vázquez Rojas

Excmo. Mons. Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de la Diócesis de Lugo.
Ilmo. Sr. Alcalde.
Autoridades Eclesiásticas y Civiles. Presidente y miembros del Cabildo de Cofradías.
Presidentes de las Cofradías. Cofrades, portatronos, costaleros, nazarenos, aguileños, visitantes, amigos todos.

Parece que fue ayer y ha pasado casi un año desde el 3 de abril del 2009, día en el que se me concedió el honor de anunciar la Semana Santa Aguileña. Casi un año que me devuelve a este templo de San José con una obligación diferente: presentar a quien será el pregonero de la Semana Santa 2010, a Mons. Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de la Diócesis de Lugo.

Sin embargo, y antes de comenzar, permítame, Monseñor, sustráele un poco de este tiempo, que es suyo, para agradecer a todo el pueblo aguileño las atenciones que para conmigo y con mi familia ha tenido durante este tiempo. Un año difícil para muchas familias aguileñas. Un tiempo lleno de preocupaciones pero también de alegrías en el que como siempre, hemos acudido a nuestra Virgen de los Dolores para tener su amparo de Madre. Quiero, en este día, pedirte Madre por cuantos sufren, en la confianza y seguridad que estás siempre cuidando de ellos junto a tu ejército de ángeles de la guarda.

Como siempre, es deber del pregonero del año anterior, presentar a quien tienes la dicha de pregonar la Semana Santa este año. Un pregonero, cuyas raíces se clavan en las húmedas y abruptas montañas gallegas, tierra donde arribó por mar Jacobo, el Apóstol Santiago, para predicar el evangelio en la Hispania tras la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Pero al tiempo, sus raíces también se encuentran entre nosotros, incrustadas en la cálida tierra mediterránea de nuestra querida Águilas, como lo indica su apellido Carrasco. Su abuelo, el aguileño D. Alfonso Carrasco casado con Dª Inés Hernández dedicaba su tiempo a nuestra población en su calidad de Guardia Municipal. De este matrimonio nacieron 5 hijos, de los cuales algunos permanecieron y permanecen en Águilas como su tía Dolores mientras que otros, resultado del avatar del destino, desarrollaron su vida profesional fuera de Águilas. Entre estos últimos, D. Luis Carrasco se afincó en tierras gallegas donde contrajo nupcias con Dª Visitación Rouco Varela, matrimonio del que nacieron 6 hermanos siendo nuestro pregonero, Mons. Carrasco Rouco, el mayor de ellos.

De este modo, Mons. Alfonso Carrasco Rouco nació en Vilalba en la provincia de Lugo en 1956, provincia en la que transcurrió su infancia. Curso la enseñanza secundaria en el Seminario de Mondoñedo y los estudios de Filosofía en la Universidad Pontifica de Salamanca (1973-1975).

Entre 1975 y 1989 su vida discurre como estudiante de teología, profesor e investigador después en las Universidades de Munich y Friburgo, donde se doctora en Teología en 1989. Es en este periodo cuando Monseñor Carrasco es ordenado sacerdote, el 8 de abril de 1985 en la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol.

A su regreso de Friburgo, entre los años 1989-1991, forma parte del equipo parroquial de Santa María de Cervo en la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, donde ejerce también como docente de la "Escuela Diocesana de Teología".

En el año 1992 se traslada a Madrid y hasta el 2006 desempeña puestos, entre otros, como catedrático de Teología sistemática en el "Instituto Teológico San Dámaso", director del "Instituto de Ciencias Religiosas", Vice-decano y Decano de la Facultad de Teología "San Dámaso" de Madrid. En el año 2004 actúa como relator de la Cuarta Ponencia ("Cómo vivir la comunión en la Iglesia"), y miembro nato de la Asamblea y de la Comisión central del Tercer Sínodo Diocesano de Madrid. Es miembro, además, de la Comisión Teológica Asesora de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española desde 1995.

Desde el año 2007, Mons. Carrasco Rouco es Obispo de Lugo, la diócesis más antigua de las actuales sedes gallegas.

Y desde la tierra del Apóstol Santiago viene a esta, también su tierra, a la que acude en numerosas ocasiones, para ser en este año, el pregonero de nuestra querida Semana Santa Aguileña. En un año, en el que la ventura ha unido a dos tierras, la gallega y la murciana en la celebración del Año Santo Jacobeo Compostelano y el Año Santo Jubilar de Caravaca de Cruz. Y en el año en el que la Semana Santa Lucense y la Aguileña han quedado unidas en la voz de un mismo pregonero, Monseñor Alfonso Carrasco Rouco.

 

 

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA AGUILEÑA 2010




LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO COMO REVELACIÓN DEL
AMOR DE DIOS



          En la noche de Pascua, rememorando el misterio de la Pasión del Señor, los cristianos hablamos del pecado como felix culpa:

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

          Decimos así dos cosas a la vez: el pecado es la causa de sufrimiento, de la pasión de Cristo; pero también, al mismo tiempo, es el punto de partida de la revelación mayor del amor de Dios. En otros términos, para acercamos al misterio de la pasión del Señor, habremos de tener en cuenta que su sufrimiento no está en relación sólo con el pecado, sino también con el amor.

          De hecho, es significativo que Jesús resucitado conserve los estigmas de la pasión y que, luego, en la tradición de la Iglesia, los santos sean representados con los instrumentos de su martirio; porque son los símbolos de su verdadera gloria, de su mayor gesto de amor. Se puede comprender así también el significado que tiene para los cristianos la imagen del Crucificado, o la veneración que las Cofradías tienen por sus imágenes; y, en primer lugar, la celebración solemne y las devociones peculiares de nuestra Semana Santa.

          a) La seriedad del amor

          La superación de dificultades, de situaciones dolorosas, como prueba del amor y de su seriedad profunda, es una experiencia común de la humanidad: decimos "te quiero en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza", para poner de manifiesto la seriedad del amor al otros.

          La humanidad ha creído siempre en la existencia de una seriedad propia del amor, que, en realidad, es capaz de ir hasta la muerte. Las leyendas y narraciones de todos los pueblos presentan así a sus personajes simbólicos: sufriendo por amor a la amada toda clase de adversidades, afrontando la muerte, con la convicción incluso de que no le escaparán. El habitual final feliz no banaliza esta profunda experiencia humana, sino que muestra su sentido fundamental, que no es la muerte, sino la afirmación del amor y de la vida.

          En la leyenda, la muerte acaba siendo evitada, tras mostrar la verdad y seriedad absoluta del amor; en la vida real, sin embargo, la muerte, que sí existe y no puede ser evitada, se presenta como límite radical de la acción y del amor del hombre, que no puede disponer de sí más que en la entrega de su propia vida.

           Y, a pesar de todo, tanto los mitos antiguos (Orfeo) como la poseía bíblica o cristiana insisten en el deseo humano irrenunciable de que el amor venza, supere, vaya más allá de la muerte. Lo expresa bellamente el soneto de Quevedo, referido al versículo del Cantar de los Cantares: Es fuerte el amor como la muerte y los celos como el abismo2

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso linsojera.
Mas no desotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará no su cuidado,
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.3


          Pues bien, en la pasión de nuestro Señor Jesucristo se revela la seriedad plena tanto del amor de Dios como del amor humano.
          El amor de Dios muestra su verdad y seriedad total, insuperable, precisamente en que el Hijo se hace hombre y une su destino al nuestro, aún significando éste sufrimiento y muerte, y viviéndolo en toda su verdad y dureza hasta el final.
           Por otra parte, Jesucristo desvela también lo absoluto del amor humano. Porque ama a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón y con todas las fuerzas, cuando dice hágase tu voluntad y no la mía4 en el desinterés propio más absoluto. Y porque acepta libremente la muerte en bien de los que ama, y nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos5, haciéndolo aunque éstos lo traicionen y sean sus enemigos6.

          b) El amor que sufre por el pecado

           En la pasión de Cristo existe también una relación del sufrimiento y de la muerte con el pecado, la maldad y la culpa; pero no es una relación inmediata7. Es decir, no se pueden buscar causas inmediatas del sufrimiento o de la enfermedad en pecados precisos; y nadie puede pretender erigirse en juez sobre el sufrimiento y la muerte de los hombres. Pero en la situación en la que el hombre se encuentra viviendo se manifiesta, sin embargo, la seriedad absoluta de la culpa y del pecado.
           En el sufrimiento de Jesucristo se ve claramente esta relación con una situación de pecado, de maldad, de culpa; porque ama a los que lo entregan, lo abandonan, lo maltratan, hacen el mal y provocan el sufrimiento.
           Pero Jesucristo no solamente lo sufre, sino que asume personalmente la situación de quien hace el mal, acepta su destino como propio de alguna manera. Pues la seriedad del amor exige aceptar todos los problemas en que el otro se encuentra, aunque éstos sean la constatación de que el amado es culpable, de que existe maldad, de que no puede ser aprobado y aceptado tal cual. Jesucristo no huyó de los dolores del hombre, sino que los compartió, porque lo amaba.
           En este horizonte del amor interpersonal, el sufrimiento de Cristo aparece en la perspectiva de quien, habiéndose hecho en todo igual a nosotros menos en el pecado, acepta por amor el destino propio de quien ha hecho el mal; el destino, por tanto, de quien está llamado a tomar conciencia del propio pecado, a dolerse de ello, a desear poder reparar, a aceptar en la propia persona los esfuerzos, el sacrificio y el sufrimiento que hagan falta para restablecer el amor.
           Pablo, llevando a cumplimiento la enseñanza del AT sobre el amor de Yahveh por su pueblo, describirá a partir de la imagen del matrimonio esta obra de Jesucristo, que quiere expiar el pecado y hacer desaparecer todo lo impropio que pudiera haber en su esposa: Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, ... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante8.

           "Del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es del Padre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la esposa y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo y con el Padre (...) Y así es del Esposo todo lo de la esposa. Por eso, el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño pudo muy bien decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera, participa él en la debilidad y el llanto de su esposa, y todo resulta común entre el Esposo y la esposa ..."9.

           c) "Hecho pecado" por nosotros

           En los Evangelios vemos que Jesús vive en la disponibilidad y la espera de lo que Él llama su "hora". Esta no es simplemente la hora de la muerte, una experiencia dolorosa y negativa, semejante a la de todo hombre, en la que Jesús se entregaría confiado en manos del Padre. El NT aporta perspectivas más dramáticas; se trata de algo muy propio de Jesús y muy decisivo, algo que constituye el momento esencial de su misión: la hora del poder de las tinieblas, del beber "el cáliz de la cólera de Dios" destinada al pecado del hombre.
           El "cáliz", "la cólera", "el juicio" no son sólo apariencias, sino plenamente realidad; se trata del "No" categórico de Dios al comportamiento y a la actitud que toma el mundo en relación con Él. Dios, siendo amor eterno, por el amor mismo que tiene a los hombres, a su Alianza con los hombres, tiene que pronunciar este "No" y mantenerlo, hasta que se cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo. Pues el Amor ilimitado del Señor no será nunca indiferente ante el mal.
           Pues bien, Jesús acoge por amor y experimenta plenamente este juicio divino, renunciando a todo lo que en la relación con el Padre es sentido como cercanía, consuelo, compasión.
           En Él se carga todo el peso del mal, del pecado del mundo10. Lleva sobre sí aquello que para Dios es simplemente lo inutilizable, lo que es puramente ignominioso; por lo que su muerte es un morir en la ignominia y el abandono
           Pero, ¿qué puede querer decir llevar el peso de la culpa del mundo, ser identificado con el pecado11, con la maldición12? No nos es imaginable: nuestra experiencia creyente nos enseña que el pecador tiene siempre un esperanza, pero el pecado como tal es rechazado en absoluto por Dios; ahora bien, en la cruz, antes de que acontezca la resurrección, se manifiesta el peso del pecado del hombre de todos los tiempos.
           Es ciertamente un misterio, al que no podríamos acercamos realmente, si Cristo mismo no diese a los suyos participación en esta experiencia de la cruz.

           ".., en él hizo la mayor obra que en su vida con milagros y obras había hecho ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia de Dios. Y esto fue, como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo más anihilado en todo, conviene a saber: acerca de la reputación de los hombres, como lo veían morir, antes hacían burla de él que le estimaban en algo; y acerca de la naturaleza, pues en ella se anihilaba muriendo; y acerca del amparo y consuelo espiritual del Padre, pues en aquel tiempo le desamparó por que puramente pagase la deuda y uniese al hombre con Dios, quedando así anihilado y resuelto en nada."13

           Pero la hondura del misterio aparece más grande todavía, cuando se comprende que el amor de la persona, de Jesucristo, afronta libremente esta pasión y esta muerte. ¿Cuáles son las dimensiones de tal corazón, humano y divino, que no sólo es entregado, sino que también se entrega por nosotros?

           La verdad más profunda de lo sucedido en la cruz no se alcanza mirando el peso del pecado del mundo, sino el don de sí mismo que Cristo hace y que es la verdad profunda del gesto, expresada por Él mismo en la Última Cena: esta es mi sangre .... que es derramada por muchos14.

           d) La salvación del pecado y de la muerte

           Los sinópticos describen lo sucedido a partir de Getsemaní, donde Jesús está ya conmovido profundamente. Experimenta la soledad y la angustia; todo se reduce al esfuerzo de decir "no mi voluntad, sino la tuya", de ponerse por completo en las manos del Padre, para que sea Él quien escoja el camino a seguir15. Esta es la manera en que Jesús vive su amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, máximamente cuando entra en la oscuridad y la angustia en que se encuentra el pecador. A ese punto, todo se reduce ya a la obediencia al Padre, que se actualiza ahora en el gesto de entrega de sí a la pasión que hace Jesús.

           Esta docilidad total para con Dios se une con un amor fraternal para con los hombres, por el que Jesús asume como propio el destino de cada uno, no considerando a nadie ajeno o extraño, aún cuando esto significase dolor y sufrimiento.

           Estas fueron las disposiciones interiores que condujeron a Cristo a tomar sobre sí, hasta el fondo, nuestra condición humana miserable, introduciendo en ella un dinamismo interno de cambio radical: en vez de esconderla, como Adán16, Jesús la presenta ante el Padre en oración confiada y suplicante, se abre a la acción de Dios sin oponer obstáculo alguno a su obra, poniéndose por completo en sus manos.

           "De la larga serie de episodios dolorosos que enfrentaron a Jesús con las peores pruebas que puede sostener un ser humano (traición, abandono y negaciones, proceso inicuo y condena injusta, golpes y burlas, flagelación y crucifixión), nuestro autor no retiene más que la manera con que fueron arrostradas en la oración. Los acontecimientos trágicos que ponían en cuestión toda la obra de Jesús, su misión y su personalidad misma, esos episodios que amenazaban tragárselo por entero en la muerte, provocaron en él una oración intensa que constituyó una ofrenda sacerdotal. ... Asumida en la oración, la situación dramática de Jesús se convirtió en una ofrenda." 17

           Jesús no desconfía ni teme al Padre, sino que se vuelve a Él de todo corazón: con toda su humanidad se dirige con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte18, al Padre que siempre lo escucha19, diciéndole, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya20.
           En efecto, nuestra naturaleza, que Jesús quiso hacer verdaderamente suya, estaba deformada por la desobediencia del pecado; era menester que se transformara por la acción de Dios. En Jesús, el hombre presenta ante Dios la situación pecadora de su naturaleza, amenazada de disolución y de muerte, para que Él la cambie y la transforme, para que actúe Él y la salve, no en contra, sino con el acuerdo voluntario y libre del hombre. La acogida por el Padre de la oración de Cristo se identificará con la transformación de su humanidad por obra de Dios, que la salva definitivamente de la muerte, aunque a través del sufrimiento, por el que aprendió la obediencia21.
           Sólo Cristo conocía a Dios Padre de modo tal que pudiese ponerse así en sus manos, y sólo Él amaba al hombre hasta el punto de someterse efectivamente al drama de la pasión22, con una libertad que ningún pecador tenía ya23, abriendo el camino a la acción de Dios, que transforma al hombre viejo en un hombre nuevo que vive en total unidad y comunión con Él.
           Así, en contra de toda apariencia humana, en contra de las opiniones de los hombres, que no veían la entrega, el sacrificio, el testimonio de amor a Dios y a los hombres, sino sólo el fracaso, en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo24.

           Solamente en este hombre, en Jesús, que realizó su misión en este amor pleno a Dios y a los hermanos, encuentra satisfacción el amor eterno del Padre, fiel a sí mismo, a su designio de amor al hombre y al mundo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco25.
Pues, en efecto, Dios no es un Dios de muertos, no se aplaca con la sangre y la muerte del hombre, sino con su fe, su entrega, su buena voluntad26. De modo que la redención del mundo "es en su raíz más profunda la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y llamados a la gracia, llamados al amor."27

           e) La revelación del Amor trinitario

           Todo ello nos reenvía de nuevo necesariamente al amor trinitario, origen de todo. Permitiendo este camino a su Hijo eterno, aceptando entregarlo así a su Pasión, revela ante todo el Padre todopoderoso su amor a los hombres28.
           El Padre revela así un amor que es siempre más grande que todo lo creado, más grande que el pecado y que la debilidad, más fuerte que la muerte, siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, a salir al encuentro del hijo pródigo, a cuidar del samaritano caído al borde del camino, y que no retrocede ante nada para ello29. Es un amor todopoderoso, capaz de convertir la experiencia humana del pecado en el lugar donde brota la súplica más humilde, la petición más necesitada, abriendo así el camino de un diálogo con su misericordia, que llega hasta la salvación.
           Pero el hombre contempla igualmente el amor del Hijo en respuesta, que deja disponer de sí en un mismo Espíritu con el Padre, y que ama hasta dar la vida por sus amigos —cuando aún son sus enemigos. El Hijo revela así su amor eterno al Padre, porque consigue que el hombre le dé la gloria debida y, al mismo tiempo, reciba la gloria que viene del único Dios30; y consigue, por tanto, que se realice la voluntad del Padre, que quiere que el hombre alcance una estatura, una fecundidad y una dignidad de plenitud inimaginable.
           La cruz aparece así como la manifestación máxima del amor de Dios: amor de Dios Padre, que permite al Hijo ir hasta la obediencia absoluta de la pobreza y de la disponibilidad, que significará llevar el pecado de muchos, soportar sus culpas31, acoger la cólera divina32; y amor del Hijo, que por amor se identifica con los pecadores33 y cumple así en libertad la voluntad del Padre de salvar a los hombres. Amor y Unidad del Padre y del Hijo, manifestada humanamente en Jesús, que así revela también al Espíritu Santo.

           "A Cristo le importa tanto la redención del mundo, porque quiere presentarle al Padre un mundo que es bueno. Todo su camino en el mundo introduce una tal suma de amor y de gracia aceptada, que la ofensa hecha al Padre queda más que reparada. Antes de que viniese la gracia, todo el bien estaba de parte de Dios y todo el mal de nuestro lado. Pero el Señor vierte su amor en nuestro plato de la balanza, y tal amor, que el amor pesa en nosotros más que la ofensa. (...) En este amor reconoce el hombre su deuda eterna ante Dios, pero también Dios reconoce su deuda ante el hombre, pues la tierra, a causa del sacrificio de su hijo, lo ha amado más que ofendido. Este amor no le es sólo imputado externamente al mundo, sino que le es infundido; la gracia regala al hombre una pureza propia e interior, que no sólo compensa, sino que sobrepasa su pecado y su culpa."34

           f) La respuesta de la fe

           El principio de comprensión de lo que sucede en la cruz, lo que conduce a la fe en este Dios cuyas obras nos sobrepasan es la percepción de su amor, humanamente manifestado en Jesús.
           Pues el amor tiene su fuerza propia de contagio: el amor de Cristo nos apremia, al pensar ...35; en esto hemos conocido lo que es amor, en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida ...36. El amor de Cristo provoca y hace posible en el hombre la reciprocidad de una respuesta, que será radical como se percibe que lo es el don y el amor manifestado en la Cruz, cuya luz ilumina de modo nuevo todas las cosas, la creación misma, la llamada a la existencia y la esperanza cierta de la salvación. En el amor se encuentra la única respuesta digna también del hombre y posible a cada uno: si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio37. Pues, como recuerda Sta. Teresa de Jesús, amor con amor se paga.
           La fe cristiana nace así constituida por una experiencia que, en su raíz, puede ser descrita de alguna manera como la de una amistad, en la que la iniciativa es del Hijo de Dios:

           "Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad ... la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que, provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Anda, pues, haz tú lo mismo"".

           Este es el principio más profundo de la eficacia por la que puede hacerse personalmente nuestra la salvación cumplida por Cristo; en efecto, por su gracia acabamos por reconocer también nosotros el amor de Dios, que fundamenta toda la creación, y acabamos por aceptarlo, permitiendo así que la dinámica de amor que Cristo vive se haga también la nuestra: no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí39. O, en palabras de Juan: ... Dios es Amor. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios, en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. (...) Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene40.
           De esta manera, por la fe, alcanza el hombre la salvación; porque comienza a participar en el inmenso Amor del Padre y del Hijo —el Espíritu Santo—, que se le revela y comunica en la humanidad de Jesucristo, el Señor.

Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo

1 Así es en la familia: seriedad ante las exigencias del matrimonio, ante el destino de los hijos, etc.
2 Ct 8,6.
3 FRANCISCO DE QUEVEDO, Amor constante más allá de la muerte
4 Lc 22,42
5 Jn 15,13
6 Cf. Rm 5, 6-8.10
8 Ef 5,25-27
9 ISAAC DE STELLA, Sermón 11: PL 194, 1728-1729
10 Jn 1,19
11 2Cor 5,21: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros ...
12 Gal 3,13: Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros ...
13 S. JUAN DE LA CRUZ, Subida al monte Carmelo, 1. II, c. 7,11
14 MC 14,24
15 Cf. Mc 14,35
16 Gn 3,10
17 A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo, Salamanca 1992, 138
18 Hb 5,7
19 Jn 11,42
20 Lc 22,42
21 Hb 5,8.
22 Cf.: "Fue el único, entre todos los hombres, que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la Pasión rogó por sus perseguidores, diciendo 'Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen'." (S. GREGORIO MAGNO, Moralia in Job, XIII, 21: PL 75, 1028)
23 Cf., por ej., el precioso himno La Navidad de A. MANZONI:

"Qual mai tra i nati all'odio Quale era mai persona
Che al Santo inaccessibile Potesse dir: perdona?
Far novo palto eterno? Al vincitore inferno
La preda sua strappar?" (Inni sacri. Il Natale

24 2Co 6,19
25 Mt 3,17
26 Cf.: "Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca no con tu muerte, sino con tu buena voluntad" (S. PEDRO CRISÓLOGO, lb.)
27 Redemptor hominis, n° 9; cf. Rm 8, 29ss.
28 Como dice el Pregón pascual: "¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo."
29 Redemptor hominis, 9
30 Jn 6, 44; cf., por ej., Rm 2,29; 8,30; 2Co 3,18
31 Is 53, 11-12
32 Cf. Rm 8,32, leído en relación con Mc 12,6
33 Cf. Hb 2,11-15
34 A. V. SPEYR, Das Wort wird Fleisch. Betrachtungen über das Johannesevangelium, Einsiedeln 1949,74-75
35 2Cor 5,14
36 1Jn 3,16
37 Ct 8,7
38 BEATO ELREDO, Tratado sobre la amistad espiritual, 1.III:PL 195, 692-693
39 Ga 2,20
40 1Jn 4,8b-9.16